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Columnas

La desconocida historia de la mariguana en México

 

CLAROSCUROS

 

Mariguana, ya no puedo ni levantar la cabeza/con los ojos retecolorados/y la boca reseca, reseca…

 

José Luis Ortega Vidal


La desconocida historia de la mariguana en México

Escribe Juan Pablo García Vallejo en la Revista Escenarios, edición del 8 de julio del 2014: (http://www.revistaescenarios.mx/la-desconocida-historia-de-la-mariguana-en-mexico-2/

“La historia de la mariguana en nuestro país es una crónica de alternancias, entre permisos y prohibiciones, entre percepciones sociales de tolerancia y de rechazo, de ruptura y continuidad en los nuevos escenarios de consumo y el cambio constante de consumidores, hasta llegar a los actuales ciudadanos cannábicos y los sectores no consumidores que pretenden despenalizarla.

El análisis histórico ayuda a entender cómo llegó la sociedad al debate para levantar la prohibición de la mariguana en el México conservador del siglo XXI.

Los pioneros cañameros

Existe la creencia de que la mariguana es de origen mesoamericano, pero es una leyenda urbana de poca credibilidad. El primer contacto con el cannabis indica, su nombre científico, se dio el 12 de octubre de 1492, con el descubrimiento accidental de Cristóbal Colón del Nuevo Mundo. Con esto inicia el intercambio mundial de plantas, animales, minerales, hombres, textiles y enfermedades. Sin velas y aparejos elaborados con fibra de cáñamo que formaban las carabelas, el almirante genovés difícilmente hubiera consumado su hazaña marítima, un error providencial de grandes consecuencias.

Después de la caída de Tenochtitlán en 1521, Hernán Cortés mandó traer planas europeas y asiáticas (entre ellas,cannabis indica), para levantar la economía de Nueva España. Corresponde al labrador Pedro Cuadrado el mérito de haber traído las primeras semillas y su método de cultivo. Los religiosos compartían el interés de Cortés, entre ellos, el obispo Fray Juan de Zumárraga, quien estableció en su rancho de Chalco, plantíos de mariguana al considerar que a los indígenas les hacía falta el cáñamo “para vivir bien”, y que con ello pagarían el diezmo a la iglesia y el tributo a los caciques. Eso no sucedió, pues a los indígenas nunca les interesó pagar limosnas a sus conquistadores militares y espirituales.

Fue Sebastián Ramírez de Fuenleal, presidente de la Segunda Audiencia, quien en 1532 permitió el cultivo de cáñamo en la Nueva España, debido al creciente interés de los españoles en esta materia prima, cuyos derivados textiles les ayudarían en su empresa marítima de exploración, descubrimiento y conquista de nuevos recorridos.

En 1545, el rey Carlos V autorizó el cultivo de cáñamo en todo el territorio de las Indias Occidentales, y ordenó se enseñara a los indígenas a hilarlo y a tejerlo. Este hecho histórico derriba el mito popular de la eterna prohibición de la mariguana, la misma corona española reconocía el valor de la fibra vegetal como materia prima fundamental para consolidarse como el primer imperio del mundo moderno.

En las primeras décadas de la Conquista, se presentaron dos escenarios inesperados a los españoles: primero, los colonizadores y los esclavos que traían consigo, portaban enfermedades infecciosas que eran mortales a los indígenas, y fueron aliadas de la colonización, De 1519 a 1608 murieron 19 millones de nativos. Una cadena clandestina de consumidores. Y segundo, los esclavos contribuyeron al mestizaje de la sociedad naciente, al compartir con “indios”, el conocimiento ritual-medicinal del cáñamo que practicaban ancestralmente en África, y retomaron en el Nuevo Mundo.

El cáñamo se incorporó a la medicina tradicional indígena como remedio espiritual, ante la gran mortalidad derivada de las enfermedades conocidas. Ahí adquirió el nombre universal de mariguana. Un nombre femenino porque las curanderas se llamaban María o Juana, y las prácticas médicas, supersticiosas y mágicas, fueron actividades de las mujeres. Una cadena clandestina de consumidores.

Este fue el primer cambio notable en el uso del cáñamo: de textil pasó a medicinal. Por ello, en 1550, los españoles limitaron el cultivo por órdenes del virrey Antonio de Mendoza, pero los indígenas continuaron produciéndolo discretamente para sus prácticas medicinales, y lo incorporaron al folclor y a la sabiduría popular, a ellos no les interesaba fabricar cuerdas ni lonas.

En el siglo XVIII, los jesuitas, el sector avanzado de la Iglesia, difundieron el uso medicinal del cáñamo en el noroeste de México. En 1772, el sabio novohispano José Antonio Alzate hace la primera defensa del uso medicinal de la mariguana (a la que llama pipiltzintzintlis) en su periódico Asuntos varios, oponiéndose a las medidas regresivas de la Iglesia contra la idolatría. Algo, en su opinión, infructuoso y negativo, porque su consumo era parte del folclor del pueblo mexicano desde mediados del siglo XVI. Consideraba a la Iglesia Católica como la principal depredadora material y espiritual de los indígenas, pues basaba su poder en persecuciones y dogmas inútiles.”

 

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Escribe Pavel Granados, en el blog Gatopardo: Agustín Lara y el humo verde (Fragmento del artículo)

http://www.gatopardo.com/detalleBlog.php?id=142

“Agustín Lara toma un cigarro y se enciende nuevamente el mito que hace brotar su inspiración de la marihuana. Se dice que un reportero le preguntó si efectivamente era su musa. Lara entonces tomó un cigarro de marihuana, lo encendió, se lo extendió a su interlocutor y le dijo, una vez que éste había fumado: «Ahora componga algo». No sé la fuente de esta anécdota, y tampoco reconozco al Agustín tan abierto a hablar de este tema –secreto desde su juventud. Sus amigos, los periodistas experimentados no necesitaban preguntarle nada acerca de sus fuentes de inspiración. Y suena extraño que sin rodeos, el pianista terminara de pronto el mito que tanto tiempo le costó formar. Ninguna de sus esposas se enteraron de esta afición, y sus amigos han sido discretos al respecto; ni Renato Leduc, tan pronto a develar secretos de sus contemporáneos, hace hincapié en esta faceta de Lara.

Si fumó marihuana toda la vida, no lo sé de cierto. Algo se puede adivinar en los vestigios arqueológicos de las farras diarias del Músico Poeta, pues nadie vive de sus años de juventud, cuando –antes de ser un pianista medianamente conocido– vagaba por las calles del Centro de la ciudad; por la calle de Héroes, en la colonia Guerrero, en donde estaban las mejores casas de citas de la ciudad; o por Cuauhtemotzín (hoy Eje Fray Servando) en donde había prostíbulos menos lujosos, a veces regenteados por travestis o viudas de revolucionarios que habían perdido la vida en alguna batalla. A Agustín le tocó ver un general que volvió a su casa para encontrar a su antigua esposa convertida en la dueña de una de esas casas –homicidio incluido.

Uno de los trabajos con más futuro para los músicos sin futuro era trabajar en esas casas. Lara tomaba hasta perder el conocimiento y tocaba danzones, foxtróts y tangos. Los pianistas de entonces, alma de las casas de citas, eran contratados por noche. A veces, tenían problemas con sus patrones por lo que se quedaban sin trabajo; ese problema se resolvía gracias a un pacto entre los músicos: el pianista desempleado iba a buscar a uno de sus amigos para intercambiar su empleo. Uno de esos pianistas era Manuel Sereijo, pero el músico más importante para la vida de Agustín fue Rodolfo Rangel el Garbanzo. «Ése me enseñó a andar en la vida”, le confesó el Flaco de Oro a Ricardo Garibay. El mítico maestro de Lara, que lo enseñó a tocar el piano con su estilo inconfundible y le mostró la manera de tratar a las prostitutas. Entre 1918 y 1928, Lara fue puliendo su estilo. Repentinamente, ese mundo se desvaneció a causa de la prohibición de los burdeles decretada por Plutarco Elías Calles.

Durante años, la marihuana fue la droga de la pobreza, típica de los soldados y los indigentes. Seguramente, Lara conoció la canción «La marihuana», que cantaban las integrantes del Trío Garnica Ascencio, quienes fueran sus primeras intérpretes. Esta letra proveniente de mediados del siglo XIX dice:

Marihuana, ya no puedo

ni levantar la cabeza,

con los ojos rete colorados

y la boca reseca, reseca.

Tal vez escuchó (aunque es menos probable) un danzón cubano de 1931 cuyo estribillo decía: «Que vivan los chamacos, fumando marihuana»; o «La cocaína», que cantaba la cupletista cubana Pilar Arcos:

 

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