Regresa al Senado sin nada, vacías las manos, marcado por el fracaso, sepultado por el ridículo, siendo el primer priista que en Veracruz pierde una gubernatura.
Mussio Cárdenas/www.notimina.com
Por la puerta trasera se va Héctor Yunes. Cesa el pataleo. Vuelve al Senado tras el fracaso electoral del 5 de junio, aporreado pese al operativo de fraude, el voto coaccionado, el uso de los programas sociales para que los beneficiarios apuntalaran al PRI.
Vuelve con la vergüenza a cuestas, simulando que aún es alguien en el contexto político, hecho trizas pues su partido, el PRI, por sí solo apenas si alcanzó los 600 mil votos, y eso que sus votos son fraudulentos.
Regresa al Senado entre el ridículo y la mofa de los veracruzanos, primero esgrimiendo que esto no se acaba hasta que se acaba, sin percatarse que el juego ya había acabado; luego exigiendo que su primo y rival de contienda, Miguel Ángel Yunes Linares, le ofreciera una disculpa por agravios a la familia —lo de los parientes disfrazados de policías del IPAX lo mató, pero es de mi autoría, de nadie más—; exhibido por las conversaciones en que Pancho Colorado, preso en Estados unidos por lavar dinero a Los Zetas, menciona a su hijo que le lleven las “hieleras” y el dinero al senador; recorriendo Veracruz, hablando, entregando obras, en una abierta traición a Pepe Yunes porque en el acuerdo de los ocho años, dijo Héctor, no estaba contemplado el porrazo de la derrota, y finalmente la exigencia de renuncia al gobernador como si esa debacle la hubiera provocado quien siempre dijo que “Javier Duarte es mi jefe político”.
Regresa al Senado sin nada, vacías las manos, marcado por el fracaso, sepultado por el ridículo, siendo el primer priista que en Veracruz pierde una gubernatura